No le vale solo con estar ahí todos los días, no, tiene que meterse dentro de ti y lo hace con sumo cuidado para que no lo notes. Pero mírala, ahí está, contrae su cola y la inserta en tu cuerpo con una irónica delicadeza. Entonces empieza a inyectarse en tu organismo, soltando su dulce néctar y tú no lo sabes, desconoces las malvadas intenciones de su pequeña figura inofensiva.
Interrumpe tus funciones, lo cambia todo, empiezas a trabajar para ella, y sigues sin abrir los ojos, lo ves tan natural… su néctar y tu estado ajeno hace que sigas sin poder ver la realidad que empieza a convertirse en pesadilla.
Le das todo lo necesario para vivir, pero todo lo obtiene de ti misma, de lo que tú necesitas, y se lo das, se lo das todo: todos los medios, todos los caprichos no pedidos… y entonces llega el momento definitivo.
Sale de ti, de esa pequeña parte de tu mente a la que había atacado y empieza a expandirse a todo tu cuerpo…
Y tú sigues sin tener las defensas necesarias para combatirlo.
¿Por qué tu organismo no reacciona? ¿Por qué no fabrica los anticuerpos necesarios para exterminar tu tortura? No es difícil, consigues aminoácidos para fabricar las proteínas necesarias de otros alimentos que necesita tu cuerpo para ello, entonces… ¿por qué nada lo detiene?
¿Tal vez es tu inmunidad humoral no es suficiente? Necesitas ayuda, tomas antibióticos.
¿Alguna vez encontrarás la cura? Solo esperas no contagiar a los demás con tu debilidad. Así vives durante un tiempo y te das a ti misma un diagnóstico: Mente Enferma.
El tratamiento funciona, con esperanza ves como la enfermedad remite, como le vas ganando la batalla al virus y te sientes bien, después de tanto al fin podrás volver a ser tú como antes…
¿Tu único temor? Que la enfermedad vuelva y los virus sean resistentes a las sustancias que administrabas a tu cuerpo haciendo que solo acabes de despertar de tu pesadilla.