viernes, 9 de diciembre de 2011

Un sitio en la cima con los mejores.

La noche se abre paso en la ciudad antes de tiempo, las calles se llenan de gente andando con abrigos viejos. Cada uno con su propio destino, algunos lo comparten dándose la mano, otros caminan para alcanzarlo sin levantar la vista del suelo para no distraerse con el entorno.
Prisas en las aceras y en el asfalto, y la preocupación de llegar tarde encima. Al final las cosas te salen bien, llegas tarde, pero con quien quedas se retrasa aún más lo que te provoca una sonrisa. No se dan excusas ni se piden, todavía queda mucho por delante y eso es lo único que verdaderamente importa. Recuerdos te invaden, nostalgia y felicidad entremezcladas, dando paso a la melancolía dulce que permanece en el resto de la velada.
Una multitud convocada en un pequeño lugar, apretujada esperando expectante a que empiece lo que cada uno quiere ver. Algunos solo quieren ver al último, yo sé de uno que solo quería oír a los penúltimos y dudo que alguien quisiera ver a los primeros…
Risas y bromas se hacen para notar menos la lentitud de los minutos, es la segunda vez, pero como si fuera la primera, vives la misma emoción, la misma ilusión, solo que falta algo y sabes lo que es.
Todos desprevenidos cuando el momento llega, te vuelve a envolver la fuerza y la adrenalina por tus venas, lo vives, no puedes evitar hacerlo, y todo vuelve a ser perfecto, aún siendo diferente, es perfecto.
Es un reflejo, ¿no? Las cosas pueden cambiar, puedes estar en un sitio diferente con gente distinta, pero sigues viviendo, y siempre habrán nuevas oportunidades de ser feliz.
La lluvia cae con fuerza, la percibes de fondo y le da una imagen aún más bella a lo que experimentas, convirtiéndolo en un idílico recuerdo.
Similitudes contradictorias por todas partes, juventud y vejez, amor y odio, felicidad y tristeza, amigos y enemigos, madurez y falta de experiencia, todo y nada alrededor.
Y la voragine tiene sentido, al menos para ti.
Sé que estuviste allí, en primera fila y dándolo todo, como siempre. Sin nada malo dentro, ¿para qué?
Solo éramos la noche y nosotros, ella ponía el frío y el silencio, nosotros el ruido y el calor de nuestro grito.

Podría pasarme toda una noche lluviosa hablándote.