martes, 19 de marzo de 2013

I'm still looking up.

La noche había sido perfecta pero desgraciadamente llegaba su fin. El coche se detuvo y uno de los grandes protagonistas se bajó después de despedirse rumbo hacia su hogar. Habían tardado algo más de lo normal en llegar porque se había confundido con el camino de vuelta, pero no importaba, así habían estado algo más de tiempo juntos. Los demás siguieron su rumbo hacia un nuevo destino: la casa de él.
La madre de ella viró su cuerpo hacia atrás y le preguntó con tono amenazador:

-  ¿Por qué estás tan cerca de mi hija? Aire -. Él suspiro y se rodó un asiento, dejando el del centro vacío. Fue solo durante un momento, en cuanto la madre de ella volvió a su posición anterior, él regreso a su lado. La miró con una sonrisa de cómplice y un brillo malicioso en los ojos.

- No me gusta estar tan lejos de ti -. Y le guiñó un ojo. Ella no se quejó, es más, le devolvió la sonrisa. Había echado de menos la sensación de tenerlo tan cerca. A su lado, a la derecha, como antes; cinco veces a la semana durante dos años, seis horas al día.

La conversación en el auto siguió como si nada, de alguna manera acabaron hablando sobre las numerosas alergias de él y la madre de ella volvió a virar su cuerpo para prestar atención a lo que el chico decía. Cuando este terminó de hablar le gruñó.

-  ¿Por qué vuelves a estar a su lado? -. Él se quedó blanco, algo difícil para lo morena que era su piel, pero así fue. Ella reprimió una gran carcajada. Había sido una tremenda pillada. Él suspiró con derrota, pero no se movió y la madre de ella continuó: - Si sigues así, le terminarás cogiendo alergia también a mi hija.

- Puede ser –, contestó él mientras ella hacia una mueca con la cara – pero prefiero cien años de enfermedad a su lado que uno sin ella.

Ella le volvió a sonreír, encantada con su personalidad. Le conocía perfectamente y sabía que él era así de poeta con las personas a las que quería mucho sin ningún tipo de segundas intenciones. No le incomodada en absoluto, en cambio, le parecía adorable. A ella le encantaba casi todo de él, lo único que la disgustaba era lo duro que era consigo mismo. Él era un chico maravilloso, trabajador, consecuente e inteligente. Pero como le suele pasar a casi todas las personas, no se veía con claridad. Algunas de las mayores virtudes que poseía las veía como defectos. El sacrificio con el que se dedicaba a los estudios, por ejemplo, según él le restaba tiempo para disfrutar de la vida. Ella no lo veía así. Sí, le restaba tiempo, pero sería solo durante unos cuantos años, luego tendría el camino más libre que los demás y podría disfrutar de muchísimos más años que los que había invertido. Y esa fuerza de voluntad que demostraba al ser capaz de lograr los altos resultados académicos por los que luchaba cada día le decían otras cosas. Hablaban muy bien de la capacidad que tenía para dar todo de sí por sus sueños. Él tenía un corazón de oro, sería capaz de dar todo su ser por las personas que amaba. Y eso era admirable. La chica que conquistara su corazón tendría la mayor suerte del mundo.

Ella, perdida en sus cavilaciones, casi no se había dado cuenta de que habían llegado ya a la casa de él. Él se despidió con un beso en la mejilla y un deseo de buenas noches. Ella, una vez más le dedicó una sonrisa y se río cuando él dio las gracias por haberle traído. Era tan jodidamente educado y caballero aunque no hiciera falta. Se merecía tanto y aún así era tan agradecido.

El coche volvió a ponerse en marcha y ella volvió también a sus pensamientos mientras miraba por la ventanilla sin ver realmente lo que había al otro lado. Seguía pensando en él… En él y en ella. Si había algo que se le daba bien a ella era observar su alrededor y ser sincera consigo misma. Pensó en su relación, en lo diferentes y a la vez parecidos que eran, en cómo sus personalidades combinaban y en cómo habían construido la buena relación de amistad que tenían. Ella era pasota, pero tenía buena memoria; él era atento pero un completo despistado. Ella con poco hacía bastante, pero no hacía nada; a él le costaba más, pero se esforzaba consiguiendo así mucho. Ella era dura, seca, algunas veces antipática; él era sarcástico, encantador y sabía cómo llegarle al corazón.

Ella sabía que él era algo muy importante en su vida. Sabía que él lo sabía aunque ella no se lo dijera con palabras. Quizá ese entendimiento silencioso era lo que hacía posible que todo funcionara como la seda. Quizá él supiera interpretar lo que ella no era capaz de decir. O quizá él estuviera loco y le bastara con creer en su querer para que todo fuera bien con ella.

Ella no quiso seguir profundizando sus pensamientos. No sabía qué era  lo que le daba la chispa que hacía que su relación funcionase y perdurase a pesar de la distancia, de los pocos momentos que podía pasar con él… Pero ella había aprendido a disfrutar de lo que le daba la vida por el tiempo que fuera, y mientras existiera una cosa, una mínima cosa, todo estaría bien. Mientras él y ella estuvieran juntos y formaran un ellos, todo sería perfecto.

jueves, 31 de enero de 2013

Sonrío, me tengo a mí.

Dicen por ahí que la vida nos moldea. Que lo que nos ocurre a los largo de los días, meses y años nos hacer se lo que somos. La mayoría se deja hacer a sí mismo un fruto de sus circunstancias sin razonar que lo que nos define en realidad son nuestras decisiones. Da igual lo que te haya ocurrido, lo que te ocurre ahora o lo que te ocurrirá en el futuro. Tú eres quien elegirá ser lo que eres.

Termina siendo lo que te ha ocurrido y solo caminarás de aquí para allá arrastrando los pies, con los hombros caídos de tanto peso que llevas a tu espalda. Es mejor pararse un rato a pensar y aceptar lo que ha pasado que cargar lo innecesario, y si vas a llevarte una mochila para el camino escoge solo lo bueno: lo que has aprendido.