La madre de ella viró su cuerpo hacia atrás y le preguntó
con tono amenazador:
- ¿Por qué estás tan
cerca de mi hija? Aire -. Él suspiro y se rodó un asiento, dejando el del
centro vacío. Fue solo durante un momento, en cuanto la madre de ella volvió a
su posición anterior, él regreso a su lado. La miró con una sonrisa de cómplice
y un brillo malicioso en los ojos.
- No me gusta estar tan lejos de ti -. Y le guiñó un ojo.
Ella no se quejó, es más, le devolvió la sonrisa. Había echado de menos la
sensación de tenerlo tan cerca. A su lado, a la derecha, como antes; cinco
veces a la semana durante dos años, seis horas al día.
La conversación en el auto siguió como si nada, de alguna
manera acabaron hablando sobre las numerosas alergias de él y la madre de ella
volvió a virar su cuerpo para prestar atención a lo que el chico decía. Cuando
este terminó de hablar le gruñó.
- ¿Por qué vuelves a estar
a su lado? -. Él se quedó blanco, algo difícil para lo morena que era su piel,
pero así fue. Ella reprimió una gran carcajada. Había sido una tremenda
pillada. Él suspiró con derrota, pero no se movió y la madre de ella continuó:
- Si sigues así, le terminarás cogiendo alergia también a mi hija.
- Puede ser –, contestó él mientras ella hacia una mueca con
la cara – pero prefiero cien años de enfermedad a su lado que uno sin ella.
Ella le volvió a sonreír, encantada con su personalidad. Le
conocía perfectamente y sabía que él era así de poeta con las personas a las
que quería mucho sin ningún tipo de segundas intenciones. No le incomodada en
absoluto, en cambio, le parecía adorable. A ella le encantaba casi todo de él,
lo único que la disgustaba era lo duro que era consigo mismo. Él era un chico
maravilloso, trabajador, consecuente e inteligente. Pero como le suele pasar a
casi todas las personas, no se veía con claridad. Algunas de las mayores virtudes
que poseía las veía como defectos. El sacrificio con el que se dedicaba a los
estudios, por ejemplo, según él le restaba tiempo para disfrutar de la vida.
Ella no lo veía así. Sí, le restaba tiempo, pero sería solo durante unos
cuantos años, luego tendría el camino más libre que los demás y podría
disfrutar de muchísimos más años que los que había invertido. Y esa fuerza de
voluntad que demostraba al ser capaz de lograr los altos resultados académicos
por los que luchaba cada día le decían otras cosas. Hablaban muy bien de la
capacidad que tenía para dar todo de sí por sus sueños. Él tenía un corazón de
oro, sería capaz de dar todo su ser por las personas que amaba. Y eso era
admirable. La chica que conquistara su corazón tendría la mayor suerte del
mundo.
Ella, perdida en sus cavilaciones, casi no se había dado
cuenta de que habían llegado ya a la casa de él. Él se despidió con un beso en
la mejilla y un deseo de buenas noches. Ella, una vez más le dedicó una sonrisa
y se río cuando él dio las gracias por haberle traído. Era tan jodidamente
educado y caballero aunque no hiciera falta. Se merecía tanto y aún así era tan
agradecido.
El coche volvió a ponerse en marcha y ella volvió también a
sus pensamientos mientras miraba por la ventanilla sin ver realmente lo que
había al otro lado. Seguía pensando en él… En él y en ella. Si había algo que
se le daba bien a ella era observar su alrededor y ser sincera consigo misma.
Pensó en su relación, en lo diferentes y a la vez parecidos que eran, en cómo
sus personalidades combinaban y en cómo habían construido la buena relación de
amistad que tenían. Ella era pasota, pero tenía buena memoria; él era atento
pero un completo despistado. Ella con poco hacía bastante, pero no hacía nada;
a él le costaba más, pero se esforzaba consiguiendo así mucho. Ella era dura,
seca, algunas veces antipática; él era sarcástico, encantador y sabía cómo
llegarle al corazón.
Ella sabía que él era algo muy importante en su vida. Sabía
que él lo sabía aunque ella no se lo dijera con palabras. Quizá ese
entendimiento silencioso era lo que hacía posible que todo funcionara como la
seda. Quizá él supiera interpretar lo que ella no era capaz de decir. O quizá él
estuviera loco y le bastara con creer en su querer para que todo fuera bien con
ella.
Ella no quiso seguir profundizando sus pensamientos. No
sabía qué era lo que le daba la chispa
que hacía que su relación funcionase y perdurase a pesar de la distancia, de
los pocos momentos que podía pasar con él… Pero ella había aprendido a
disfrutar de lo que le daba la vida por el tiempo que fuera, y mientras
existiera una cosa, una mínima cosa, todo estaría bien. Mientras él y ella
estuvieran juntos y formaran un ellos, todo sería perfecto.