La noche es oscura y silenciosa, solo las estrellas están de testigo. Estás en la ventana, mirando a tu alrededor sin poder distinguir completamente nada. Coges la cajetilla de tu bolsillo y de ella extraes un cigarrillo. Después sacas el mechero, en ese momento estás expectante por esa dosis de nicotina que vas a obtener, yo lo sé, esa droga te destruye, y a la vez te encanta, ¿cuántas veces habrás tenido una relación similar en tu vida? ¿Y quién no ha tenido algo así?
Enciendes el fuego, esa chispa que sale es como tu ingenio, solo tienes que prenderlo para que ilumine. Tienes la capacidad para ello en cualquier momento, como un chasquido de dedos.
Empiezas a fumar, y te encuentro en todo el proceso. Algunas veces eres el humor que absorbes, te encierras dentro de ti, pudriéndote a ti misma hasta los pulmones. Otras eres el humo que expulsas, liberando tu alma al exterior y dejando tu olor en el aire, contagiando a los demás, a mí.
Finalmente todos tus gestos acaban consumiéndote y terminas apagándote contra la pared. Pero es una situación momentánea, estás fuera de circulación hasta que te vuelvas a encender por tu propio esfuerzo y yo mientras te espero entre las sombras. Porque aunque el olor del tabaco es vomitivo, tú eres sumamente dulce para mí.
Ni tan clara, ni tan oscura. Ni día, ni noche. Yo prefiero el punto medio de todo, ¿recuerdas? NidMed.