
El viento mueve con cada soplo las cortinas de una habitación oscura cuya ventana se ha quedado abierta esta noche. Está tan oscura, que ni la luz de la Luna que sonríe desde el cielo estrellado puede alcanzar a iluminarla. El aire es frío y poco a poco congela todo lo que se encuentra en la habitación, llenando cada rincón de hielo y escarcha. De repente, un débil rayo de Luna entra en la habitación… es minúsculo, demasiado débil para luchar contra la oscuridad y vencerla… pero todo estaba lleno de hielo, ¿recuerdas? Y este provocó que naciera un reflejo. La habitación se iluminó gracias al reflejo y la Luna satisfecha, brilló con más intensidad, recordándome que no permitiría que me curara de mi indeseada locura, que siempre me encontraría me escapara a donde me escapara e iluminaría mis noches más oscuras, matándome lentamente. Era nuestro pacto, no me dejaría estar sola nunca, pero solo podría amarla a ella y solo viviría para ella.
Cada mañana, yo me consumía al no tenerla a mi lado, y cada noche maldecía su presencia, maldecía los besos que me regalaba con dulzura su resplandor, maldecía que me hubiera dejado engatusar por su belleza aquella maldita noche estrellada. Maldecía el pacto que nos unía en la eternidad.
Ella era mi condena, la cual había encontrado al admirarla demasiado. Ese era nuestro pacto, y cada noche, cada vez más esplendorosa, me robaba la vida con cada suspiro que escapaba de mi boca. Cada noche, me robaba lo poco que quedaba de mi alma, ya que mi corazón, siempre sería completamente suyo, desde la primera vez que la amé…